Glamorama
Federico Sánchez y su mujer, Ximena Torres, en un evento de Brooks Brothers, la marca que viste al conductor de City Tour. FOTO: ARCHIVO WEB PUBLICADA POR EL SITIO COCUE.CL

La increíblemente romántica historia de amor de Federico Sánchez

Autor: Andrés Cantuarias / 22 julio, 2016

Federico Sánchez es el conductor que recorre calles de Santiago y otras ciudades con su pelo blanco parado, anteojos de marco grueso y llamativos y colorinches trajes, como sacados de un aviso de Ralph Lauren, aunque en realidad lo viste la marca Brooks Brothers.

El arquitecto es el amo y señor del espacio City Tour, del cual dieron una temporada, un viaje por Italia, en Canal 13, y ahora continúa en la programación de la señal de cable 13C. Allí Sánchez camina y camina, se detiene frente a los edificios y construcciones y se lo habla todo. Pero ahora mostró su lado menos visto, el romántico, en una entrevista en Mentiras Verdaderas –MIRE AQUI EL VIDEO-.

Sánchez, de 51 años, relató su historia de amor con la destacada académica Ximena Torres Rodríguez, con quien lleva más de 20 años casado. Es un cuento como de comedia hollywoodense, con encuentros inesperados por Europa. Estas fueron sus palabras en el programa de La Red:

Federico Sánchez: “Yo conocí a mi señora cuando éramos chicos. Ella debe haber tenido 4, 5 años y yo 6 ó 7, porque veraneábamos en el mismo lugar. Yo venía de Argentina a veranear a la casa de unos primos, en las Cruces. La veía y ella era una especie de melón con flecos. Era maravillosa, porque era amarilla, rucia, así con el pelo, y güatona maravillosa. Exquisita.

“Me acordaba perfecto de ella, nos seguimos viendo mientras éramos adolescentes, pero era como la historia del príncipe y el vagabundo. Ella muy así, y yo, imagínate, el guarén con tiña. Pero resulta que como a los 26 años, una vez… Pucha, es que esta historia es larga ¿tení tiempo? Resulta que nos reencontramos, yo debería haber tenido como unos 26 años, ella unos 24, en una fiesta en Viña. Ella me gustó, pero me dijeron ‘ninguna posibilidad, compadre. Olvídate’”

Ignacio Franzani: “¿Por qué no?”

Sánchez: “Porque se movía a muy alto nivel, y al guarén con tiña no le daba. Yo estratégicamente no le pedí el teléfono. Y al otro día, en Santiago, ya de vuelta, lunes, ¡me la topo en la calle! La invité a tomarse un café, conversamos, me hice el lindo ¡y no le pedí el teléfono! Dos días después me la volví a encontrar en la calle. La invité de nuevo a tomar un café”

Franzani: “¿Te la encontraste o la fuiste a buscar?”

Sánchez: “¡No! ¡Me la encontraba! Y nos tomamos otro café, y yo, mientras me tomaba el café, decía ‘no le puedo pedir el teléfono’. Y ya como al tercer encuentro, de verdad, en la calle, así fortuito, le pedí el teléfono y fuimos a una fiesta de un amigo en común que teníamos.

«Lo pasamos bien, empezamos a salir y de repente le digo ‘oye, pololiémos poh’. ‘Pero cómo vamos a pololear, si yo me voy en un mes más a viajar por Europa’, como por un año. Entonces, yo le dije ‘no importa, pololiémos, si no te estoy diciendo que nos casemos. Pololiémos, pasémoslo bien’.

«Fíjate que fui convincente y la pasamos muy bien. Pololeamos el descueve y ella se fue. Cuando se fue le dije ‘¡te voy a ir a ver!’. ‘Ya, ya’, esas típicas cosas. Efectivamente se fue y yo me quedé aquí y como después de unos tres meses que le daba vuelta y todo, y yo me había hecho amigo del hermano, el hermano me tiró los datos de que ella iba a estar por ciertos lugares en Europa.

«En ese tiempo no había Twitter, no había Instagram, no había redes sociales, no había mail, nada. No había teléfono, o sea, llamar a Europa… Y total que un día dije ‘¡mala pata!’. Fui, me compré un boleto de avión y me fui a Europa  “

Franzani: “¡Qué romántico! A buscarla”

Sánchez: “Imagínate que mi avión hizo escala en Dakar y era tan pobre la aerolínea en que me fui, que se quedó en pana en Dakar. Conocí Dakar, entre paréntesis. Después empecé a caminar por Europa, sin rumbo, por todos lados. España, Francia y llegué  a Italia, y estaba en Firenze, en la casa de un amigo. Y mi amigo me preguntó: ‘Oye, ¿en qué andái?’. ‘Ando detrás de una niña que me encantó, compadre’. ‘¡Yo cacho quien es!’. ‘¡Pero estái loco! ¿Y dónde está?’.

«Le dije ‘ella quizás se iba a Suiza o a San Sebastián, el norte de España, o a Grecia’. Me dijo ‘Suiza no, hay nieve’, una cuestión así. ‘La regata de San Sebastián es en un mes más. Por lo tanto, si son astutas, van a ir, porque andaba con amigas, van a ir a Grecia’. ‘¿Ah sí?’. ‘Sí poh’. ‘Bueno, mañana me acompañái a la estación de trenes y me voy pa Grecia’. ‘Ya poh’.

«Partimos en la mañana. Ibamos caminando por la calle Borgo San Frediano y, de repente, dos cuadras más allá ¡veo pasar a mi señora! La que hoy día es mi señora. Le grito ‘¡Xime!’ y aparece de vuelta. Oye, la pobre cuando me vio ahí (se desordena los anteojos)… ‘¡¿Qué hací aquí?!’. Yo le dije ‘pero si te vine a ver, yo te dije que te iba a venir a ver’.

«Lo entretenido fue ‘mira, mi objetivo era verte, ya te vi. Estoy listo. Lo cumplí, te estoy viendo ¡Maravilloso!’. ¿Cachái? ‘Pero tomémonos un café’. Y nos sentamos, nos tomamos un café, conversamos. Después de un rato como que se le fue enderezando la cara a la pobre y partimos a Grecia.

«Lo pasamos el descueve en Grecia. Además, como que yo iba cargado al billete, porque había vendido mis motos para poder irme, toda una historia. Después nos volvimos a separar, creo que ella se fue a San Sebastián y yo me conseguí una peguita en Firenze. Total que volví, trabajé y todo y quedamos de encontrarnos en Barcelona, como dos meses después. Con la mala pata que se echa a perder mi tren. Quedó en pana el tren. Yo venía de Milano y quedamos botados en Chamonix, no sé dónde. ¡Y no llegué! No llegué.

«Así, tipo Penélope, ella tuvo que haber quedado en el andén. Tal vez estaba contenta de que no haya llegado (risas). Y entonces, me acuerdo que llego a la estación de trenes, como con seis horas de tardanza. Me tomé un taxi y le dije ‘lléveme a un lugar, da lo mismo, un albergue, cualquier cosa por aquí’. ‘¿Está seguro?’, me dijo. ‘Totalmente, lléveme nomás’.

«Y me llevó el taxista a un lugar que se llama Plaza Real, hoy día es muy pituca, pero en ese momento era Malena canta el tango. Sobre todo en los años donde había mucha gente heroinómana. Lo que llamaban los zombis en España, los yonkis en el resto de Europa. Todas las estaciones de tren tomadas por los heroinómanos, era muy fuerte.

«Entro a la Plaza Real y estaban todos los zombis, pinchándose heroína alrededor de una pileta, y los carabineros con su sirena cuidándolos al lado. Y yo qué me han dicho, ‘yo quiero ir a ver esto’, y fui y me senté en la pileta y les metía conversa. Porque yo quería saber. ¿Tú habías visto alguna vez un gallo pinchándose heroína?

Franzani: “No”

Sánchez: “Yo tampoco. Y quería ver, y a los gallos les cuesta abrir los ojos, a los pobres. Estaba ahí, no sé qué hora era, deben haber sido las doce, una de la mañana, y de repente escucho ‘¡Fede!’. Y me pongo a mirar en este edificio, que era un edificio picarón, de cuatro lados, que se entra por unos zaguanes, con puras ventanitas chicas. ¡Y en el último piso estaba la Xime, compadre!»

Franzani: “¡Notable! Y tú ahí con los heroinómanos”

Sánchez: “Yo les dije ‘compadre, buena onda, nos vemos ¡chao!’. Me fui. Subí estos cuatro, cinco pisos, no sé cuántos eran, y llegué arriba ¡pero con la lengua así!. Le dije ‘ya, oye chica, ¡casémonos poh!’. ‘Sí’, me dijo. ‘Tení razón ¿Cuánta gente se encuentra dos veces por casualidad en Europa?'»

Franzani: “Oye, qué linda historia”

Sánchez: “Y ahí pololeamos un año y medio más y después nos casamos y llevamos veintitantos años casados. Yo por lo menos estoy muy contento, habría que preguntarle a ella. Tal vez ella ya no tanto”

Franzani: “Hace tiempo que no había escuchado una historia tan romántica”.